martes, 2 de septiembre de 2014

Roberto O’Farrill Corona

Ver y Creer

“San Agustín”

Tan famosa como desconocida es la expresión de san Agustín: “Ama y haz lo que quieras”. Famosa, porque es conocida de todos; desconocida, porque muchos ignoran a qué se refiere, y a algunos hasta les parece contradictoria. Para comprenderla habrá que expresarla en su totalidad: “Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor, si perdonas, perdonarás con amor”. Así se comprende que cuando se pone amor en todo lo que se hace, se hará bien.

San Agustín, quien fuera obispo de Hipona -hoy Argelia- es un fascinante Doctor de la Iglesia que la primera etapa de su vida la pasó como casi todos los jóvenes, aunque luego, a partir de su encuentro con Dios, fue cuando Dios pudo hacer, con amor, grandes cosas en él, mostrándole la verdad que tanto se había empeñado en buscar, al punto de llegar a afirmar que la verdad no se busca, la verdad nos encuentra.

Dios quiso dejarnos por mucho tiempo a este hombre de conspicuas ideas, portentosa mente y excelsa elocuencia. Nació en Tagsate, al norte de África, en lo que hoy es Argelia, el 13 de noviembre del año 354 y murió casi 76 años después, el 28 de agosto del año 430 durante el sitio de Genserico -rey de los vándalos- puso al puerto de Hipona.

Agustín aprendió de Patricio -su padre- a aborrecer a los cristianos, aunque también aprendió de Mónica -su madre- a conocerlos y a amarlos. La esposa y madre logró convertir al esposo y al hijo; a Patricio al final de su vida y a Agustín al término de su adolescencia.

De joven, se interesó en la literatura, estudió para abogado y dio clases de retórica, pero también se entregó con exceso a los placeres. A los 19 años se enamoró de Cálida, una esclava con la que mantuvo una relación de 14 años sin poder casarse por su condición de esclava y con quien engendró a su hijo Adeodato. A los 20 años se enredó con diversas corrientes filosóficas y esotéricas griegas en su apasionada búsqueda de la Verdad, pero como no lograba distinguirla del error, cayó en el escepticismo. A los 30 años viajó a Milán, en el 384, para dar clases de retórica.

Fue en Milán donde Agustín se encontró con la Verdad tras escuchar los sermones del obispo san Ambrosio y de Simpliciano, un presbítero milanés. En el 385 Mónica se reunió con él para acompañarlo en su conversión. En el 386 conoció los escritos de san Pablo y quedó convertido cuando leyó: “No en comilonas ni en embriagueces, no en lechos ni en liviandades, no en contiendas ni en emulaciones, sino revestidos de nuestro Señor Jesucristo, y no cuiden de la carne con demasiados deseos” (Rm 13, 13). Estas palabras fueron como si una luz de seguridad se hubiera encendido en su corazón, desapareciendo para siempre las tinieblas de sus dudas. Así se convirtió a la fe y recibió el bautismo el 27 de abril del año 387.

De regreso a Tagaste repartió sus bienes entre los pobres y se retiró con unos compañeros a una pequeña casa para llevar vida monacal. En el 391 viajó a Hipona para fundar un monasterio. Allí, el obispo Valerio lo ordenó sacerdote y tras su muerte le sucedió en el cargo en el 395. La residencia episcopal la transformó en un monasterio, predicó por todas partes, escribió más de cien obras y presidió varios concilios. Allí también murió, pues no quiso huir del ataque de Genserico.

De sus escritos se destacan: “La Santísima Trinidad”, “La ciudad de Dios” y “Las Confesiones”, donde se lamenta de los vicios y pecados de su vida, revela sus experiencias con san Ambrosio -de quien aprendió que la Fe es demostrable y probable- reconoce que los libros de filosofía le enseñaban la verdad pero nunca la humildad, relata su proceso de conversión hasta el bautismo y explica los grados del conocimiento de Dios cuando afirma que “sólo en Dios está la verdadera bienaventuranza que todos apetecen, aunque no todos la buscan por los medios legítimos”, agradece a Dios por su conversión al cristianismo y concluye con la expresión: “Señor, es a ti es a quien se debe pedir, en ti es en quien se debe buscar, a ti es a quien se debe llamar: así se recibirá, así se hallará y así se abrirá”.

Sus restos-reliquia reposan en su basílica, en la ciudad de Pavía, en Italia, donde todavía resuena su gran legado de fe: “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”.

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