(05 de Agosto de 2012)
Juan 6, 24-35.
“Señor, danos siempre de ese pan...”
Este
domingo nuestra Fe nos ha congregado para expresarle al Señor nuestro respeto y
deseo de conocerle, de servirle y agradarle, y quizá de solicitarle algún
favor. Dios mira complacido la búsqueda que hacemos de su persona y nos escucha
siempre atentos. En este día su mensaje nos señala la tendencia a considerar a
Dios solamente como una fuente del bienestar personal y no tanto como un apoyo
espiritual permanente.
En el evangelio de hoy, tenemos la continuación del
pasaje de la multiplicación de los panes. Luego de aquella jornada en la que
Jesús estuvo al lado de la multitud que lo buscaba, compartiendo su tiempo y enseñanzas, y donde
realizara para ellos el milagro de los panes, se ve nuevamente asediado por la
gente. Aquellos panes y pescados milagrosos llevaban la huella de la bondad del
Señor por sus hijos que padecían hambre. Pero nadie la pudo descubrir; todos los que
comieron hasta quedar satisfechos en su cuerpo, en sus necesidades vitales,
quieren permanecer al lado de Jesús para verse de nuevo beneficiados con otros
prodigios, y Cristo sentencia: “No me buscan por haber visto signos, sino porque
comieron pan hasta saciarse”. Es decir, “No han sabido sustentarse de los
signos de Dios, sino del alimento que
nutre el cuerpo solamente”.
El verdadero alimento. Jesús aconseja a quienes lo buscan con curiosidad, que el verdadero alimento que fortalece y
engrandece a la persona es el que damos
a nuestro espíritu. Cristo, a lo
largo de su vida hizo muchos milagros, y
en cada uno de ellos estaba el sello de Dios; en cada uno de ellos había
motivos para reconocer la grandeza, poder y bondad de Dios, y todos eran dignos de alabanza. Pero para la gente
los milagros solo eran motivo de alegría
y admiración, eran pocas, muy pocas las personas que a partir de ellos se entregaban a creer en Dios.
Lamentablemente en nuestros días, no hemos cambiado
mucho, o tal vez hemos rebasado con mucho lo que Jesús vio entre quienes lo
buscaban, porque muchos ya ni siquiera buscan a Dios, por estar ocupados
consigo mismos.
En estos días,
la publicidad nos despierta el apetito de los sentidos, queremos ver,
tener, y hacer. Apoyados en ese gran don que Dios le dio al hombre, la
libertad, tendemos a pensar que tenemos derecho a cualquier cosa, vestir bien,
a calmar nuestros apetitos, incluso a llevar a cabo excesos y atropellos a la
dignidad de los que más cerca están de nosotros; se nos ha hecho creer que
debemos poner todo nuestro cuidado en el bienestar de nuestro cuerpo, nuestra
apariencia física debe ser casi perfecta, sin sobrepesos ni arrugas, ni canas,
siempre lucir muy joven. Hoy se nos enseña una opción de vida “de calidad”, que
exige el bien material; si no se cuenta con los recursos para allegarse lo que
se anuncia, no eres feliz, no vales. Hoy la grandeza de la persona se reduce a
la apariencia física, a lo superficial, al cuerpo. ¿Y nuestro Espíritu? ¿De qué manera lo
cuidamos? En estos días, hay hambre de
todo, menos de Dios.
“No busquen el alimento que se acaba, sino
aquel que dura para la vida eterna”, nos dice Jesús en el Evangelio. ¿De
qué nos sirve tener una figura perfecta, o poseer todo lo que dicen que es
necesario para ser feliz, si no tenemos nuestro espíritu fortalecido con la Palabra
de Dios?
Jesús
obsequió pan a la multitud aquella, pero con el fin de que desearan otro tipo de pan. Jesús deseaba
que una vez visto el poder del Hijo, aspiraran a conocerlo más y unirse a Él.
Pero ellos siguieron ubicados en lo
material, en lo terreno. Igual que nosotros.
La misión de Jesús en el mundo no era deslumbrar a todos con panes y
pescados en abundancia, sino dar a conocer a Dios. Y en la actualidad, Él está
cerca y atento de nosotros, pero no para cumplir peticiones y resolver nuestros problemas
únicamente, como nunca ha dejado de hacerlo, nos acompaña para que comprendamos
que su presencia es un don, un regalo muy valioso para nuestra vida. Esos
signos que Dios nos hace casi a diario, pueden pasar inadvertidos para quienes
solo se ocupan de sus necesidades materiales.
El alimento espiritual, ¿cómo adquirirlo?
En el Evangelio la multitud busca a Jesús, porque
esperaba mucho más para su beneficio; en estos días es notorio que buscamos a
Dios la mayoría de las veces, en nuestras necesidades, si contamos con el
tiempo para ello, o si nos sentimos dispuestos a ello (“si nos nace”); nuestro
tiempo lo empleamos en ocupaciones y deberes, el trabajo, la escuela, la diversión y esparcimiento
propio de estas vacaciones, en todo aquello que representa un bien personal. Atendemos
con esmero nuestro cuerpo y qué bien que así sea, porque la salud es un don de
Dios, que como todos ellos, debemos cuidarlos y multiplicarlos. Pero no debemos
descuidar el Espíritu, el alimento para el alma. ¿Cómo podemos alimentarnos espiritualmente? La Eucaristía es el gran momento en el que Jesús nos ofrece el
alimento de su cuerpo, el Pan de Vida. “Qué larga y aburrida la misa”, “qué
calor hacía”, “no pude escuchar nada”, llegamos a comentar; pero qué corto nos
resulta el tiempo de la película o programa favorito, los momentos con quien
nos alegra. La oración es una de las
más bellas expresiones de la Fe. La oración, para algunos es complicada y
monótona, propia de personas mayores; en cambio la reunión familiar, los
comentarios faltos de caridad hacia los
demás no son nada monótonos. La lectura
de la Biblia, es acercarse a Jesús
como uno más de aquellas multitudes que deseaban conocerle, pero nos resulta
confusa y le guardamos respeto a nuestro ejemplar de las Escrituras que tenemos
en casa, y nada complicado nos parece leer los libros de moda, sobre todo
aquellos que supuestamente revelan lo que la Iglesia nunca ha querido enseñar. Las visitas al Santísimo. No visitamos
el Sagrario para conversar con Dios tranquilamente, pero sí a la novia, y
amigos porque de lo contrario, hay problemas, si descuidamos el trato con los que apreciamos, la
relación se deteriora. ¿Y nuestra relación con Dios en qué términos se
encuentra? Los convencionalismos, las modas, la publicidad, no deben llevarnos a dejar fuera de nuestra
vida a Dios, ni a olvidar el deber de alimentarnos de Él.
El Pan de Dios asegura nuestra
vida en el mañana. El Evangelio de este día puede ser un reflejo de
nosotros, quienes nos dirigimos al Señor solicitando algo, esperando algo por
motivos muy justos y nobles, teniendo el corazón vacío de Él. Sin ningún hambre
de su persona. ¿Cómo nos atrevemos a pedirle a Dios, cuando no hemos dado
muestras de conversión, de sinceridad, ni hemos demostrado que somos verdaderos
hijos suyos?
En nuestro paso por el mundo nos preocupamos por el
presente, por las cosas de todos los días,
pero es también aquí donde debemos prepararnos para el mañana, para
nuestro paso a la eternidad. ¿De qué manera? Amando y respetando a Dios,
conociéndole y sirviéndole con nuestra obediencia, aprovechando los momentos
que alimentan el espíritu.
Las cosas de este mundo, siempre nuevas, nos pueden
asombrar, fascinar, y dar comodidad, pero nunca serán suficientes para saciar
el alma. Nos podrán entretener y ser muy útiles, pero no nos llenarán. El espíritu solamente lo saciamos con los
bienes espirituales, y el mayor de todos es el Pan de Vida. Quien realmente nos
satisface es Dios, por eso siempre debemos buscar conocerle.
Las cosas de este mundo no nos servirán en la vida
eterna, pero en cambio nuestro amor por Dios, la fe, será lo único que nos acompañará y por ella
seremos acreditados ante el Señor para
finalmente vivir a su lado.
Dios se complace en sus hijos cuando le pedimos
algo, es signo de humildad y confianza, pero por lo general hay algo que no pedimos
con demasiada frecuencia: “Señor, que nunca me falte el hambre de ti”, “que mis preocupaciones no me lleven a
ignorarte, o mis cruces a reprocharte”. Pidamos siempre al Señor el poder apreciar las muestras de su amor que
nos da a lo largo de nuestra vida y que su bondad nos mueva a reconocer que lo
que realmente nos alimenta es su persona y su palabra, la cercanía que podemos
mantener con Él viviendo a plenitud nuestras eucaristías.
No busquemos a Dios con intereses terrenos,
mundanos, porque un cristianismo vivido así, que espera ser recompensado, que
busca al Señor para pedir ese “pan” que
sustenta su vida (diversión, bienestar, desahogo, bienes...), resultará
decepcionante en el presente y terrible en el mañana. El que tiene todo lo que
quiere, en algún momento se siente solo, pero quien tiene a Dios consigo, lo
tiene todo.
Busquemos
estar verdaderamente unidos a Dios por medio del alimento de su cuerpo, para
después expresar ese amor y esa hambre del Señor a nuestro prójimo con
nuestras obras.