martes, 24 de julio de 2012

Reflexiones del Padre Alberto

P. Alberto Melendrez




DOMINGO XVI ORDINARIO.
(22 de Julio de 2012)

Mt. 6, 30-34.

“Andaban como ovejas sin pastor”.

Un domingo más el Señor nos recibe en su casa, complacido por nuestra fe, que nos recuerda el compromiso de agradecer directamente, los bienes que de su parte recibimos a diario. En este día el mensaje de Dios nos propone algo: que reconozcamos la importancia del descanso personal y aprendamos a practicar el descanso cristiano.

En el evangelio tenemos el regreso de la misión de los apóstoles. Ha sido su primera experiencia en el anuncio de la Palabra que han aprendido junto a Jesús; en los lugares donde han estado, han realizado milagros, han hecho curaciones y dado paz a los poseídos de diversos males. Han descubierto que la misión emprendida puesta bajo la custodia de Dios, no necesita ni morral bien abastecido, ni la seguridad de los bienes, solamente la confianza en el Señor. Regresan alegres, deseosos de contar sus experiencias al Maestro, y éste, sabiendo que han hecho largas caminatas, sufriendo sed, hambre, peligros, les propone retirarse a un lugar apartado para escucharles, pero sobre todo, para preguntarles si están dispuestos en un futuro a servir al Señor. Jesús no puede tener este momento de intimidad con los apóstoles, ya que una multitud de personas llega hasta ellos, rompiendo su privacidad. Finalmente, es más grande la misericordia de Jesús, quien conmovido por todos aquellos que le buscan, se queda con ellos y les enseña muchas cosas.

El trabajo humano y el descanso. 
En la sociedad de hoy sucede lo que en el evangelio, movimientos, agitaciones, sobresaltos, prisas; todos tendemos a la productividad, a hacer cosas provechosas, al trabajo. El trabajo es una ley eterna (dada por la sabiduría divina) y universal, un deber de todos. “Si alguno no quiere trabajar, que no coma”, (2 Tes. 3, 10). El trabajo humano es el esfuerzo o empeño por realizar algo bueno para uno mismo y para el prójimo, (el empleo es un trabajo remunerado que nos produce ingresos). “En el trabajo, la persona ejerce y aplica una parte de las capacidades inscritas en su naturaleza”, (CIC. 2428). Jesús, el Hijo de Dios, trabajó manualmente como cualquiera de nosotros, los apóstoles tenían sus oficios con los que ganaban su sustento, hay santos como san José, san Isidro, santa Zita, a quienes recordamos entregados a sus labores. El trabajo dignifica y santifica a la persona, es por tanto un deber de todos. Todos trabajamos, de acuerdo a nuestra edad, capacidades. El cumplir nuestras responsabilidades familiares y sociales es el trabajo de todos.

Todos trabajamos y todos nos cansamos.
El trabajo, la fatiga, produce stress, ansiedad, cansancio físico y moral. Y el cansancio, lo sabemos, se combate descansando para recuperar las fuerzas. En el evangelio, Jesús invita a los apóstoles a descansar. También es una ley de Dios: “Si Dios ‘tomó respiro’ el día séptimo (Ex. 31, 17), también el hombre debe ‘descansar’”, (CIC. 2172).

Una característica de estos días, es que vivimos bajo presión, angustiados, con miedo, a diferencia de épocas pasadas, porque hoy trabajamos mucho, porque vivimos acelerados y no sabemos descansar. Tenemos ideas equivocadas con respecto a él. Llegan las vacaciones y todo mundo corre a las playas, a derrochar en discotecas, fiestas, parrandas, lo que se logró ahorrar durante el año. ¿Eso es descansar? ¿Cometer los excesos que nos reservamos a lo largo del año? Para muchos sí. Vacaciones es lo mismo que acceder a los deseos reprimidos, embriaguez, pereza, olvidarse de las obligaciones diarias. Para muchos eso es el descanso.

El verdadero descanso. 
Hoy Jesús nos enseña que el descanso es para quienes trabajan, para quienes invierten su vigor en un buen fin. Los apóstoles regresan fatigados y es justo que tengan unos momentos de tranquilidad, un espacio para profundizar en la gran experiencia que han vivido. Jesús no les autoriza la holgazanería ni la embriaguez como una forma de esparcimiento, quiere que conversen, que convivan compartiendo los acontecimientos vividos en la misión que han concluido.

Este es el verdadero descanso, el tiempo que se dedica a cultivar las relaciones personales. El tiempo que empleamos para examinarnos y ver cómo va nuestra vida; el tiempo para encontrarnos a nosotros mismos, para darnos cuenta qué necesitamos, qué nos sobra, o qué nos estorba y afecta.

Esa playa que está en nuestra mente como referente de unas vacaciones perfectas, con un mar tranquilo, con una brisa fresca, con arena fina, no siempre es posible. Pero sí podemos encontrar una playa a la hora del amanecer o atardecer, unos momentos de silencio y soledad, donde relajar el corazón y dejar de obsesionarnos con nuestros problemas, con la maldad que cada vez se vuelve más insolente. Unos momentos de profundización en nuestra propia casa, en el templo frente al sagrario, en la celebración de la Misa, que son mejores que hartarse de comida o alcohol hasta quedarnos sin recursos, con la cartera vacía. “La institución del día del Señor contribuye a que todos disfruten del tiempo de descanso y de solaz suficiente que les permita cultivar su vida familiar, cultural, social y religiosa”, (CIC. 2184).

Podemos tener momentos muy gratos con nuestra familia si tratamos de conversar, si hacemos el esfuerzo por sentirnos aliviados de nuestras tareas diarias que nos cansan, si tratamos de ejercitar otras dimensiones de nuestra naturaleza. Somos seres aptos para el trabajo, sí, pero también tenemos la capacidad de amar y hacernos querer aún más por los nuestros. Tenemos la capacidad para contemplar la naturaleza, para cultivar un arte, practicar un deporte, leer un buen libro tranquilamente, disfrutar una película. Muchos no sabemos descansar porque nos hemos vuelto adictos al trabajo, a las prisas.

Las vacaciones, el descanso, es el tiempo para recuperar fuerzas, para reparar el desgaste emocional. Para equilibrarnos, no para alterarnos aún más y perdernos en cosas que pudieran parecer muy atractivas, pero que en el fondo no son tan buenas.

Aprender a descansar. 
Tenemos que aprender a descansar. Descansar cuerpo y mente es fácil, mediante la reducción de nuestras actividades físicas, mediante la comunicación interpersonal. Pero hay otros tipos de descanso que no practicamos, y que nos sería muy útil hacerlo, el primero de ellos, descansar de las apariencias. Dejar a un lado la imagen que damos a los demás, de eficiencia, de prontitud, de inteligencia, que nos funciona muy bien en ocasiones, que nos da prestigio ante los demás; descansar de las apariencias es practicar la humildad, reconocer que somos pequeños y que requerimos la ayuda de los demás en cierto momento; es reconocer que nuestro interior se fatiga con ese traje pesado que es nuestra imagen ante los demás. ¿Para qué aparentar lo que no somos? Esas deberían ser nuestras vacaciones, reconocernos como somos.

Debemos también aprender a descansar de nuestra autosuficiencia, de nuestra falta de tiempo para Dios. Poner pretextos, el trabajo, la escuela, la casa, que en ocasiones pueden ser tan absorbentes que no nos dejan el tiempo suficiente para convivir con Dios y servirle. Somos bautizados, hijos de Dios, y Él tiene un lugar para nosotros en su casa, donde podemos escuchar su palabra, meditarla, participar de los momentos que nos ofrece nuestra Iglesia con el Señor.

Si conocemos a Dios, si Él nos conoce también, entonces no debemos ser creyentes “de ocasión”, presentes en el Templo en la boda o el bautizo de alguien cercano.

Muy valioso es también aprender a descansar de nuestras preocupaciones; nos agobiamos demasiado con nuestros problemas, nos impacientamos con los contratiempos que se nos presentan, nos desesperamos con nuestras pequeñas cruces, olvidando la confianza en la providencia de Dios, en la sabiduría que nos comparte para seguir caminando hacia adelante,

“Marta, te preocupas y agitas por muchas cosas, y hay necesidad de una sola…”, (Lc. 10, 41-42), confiar en el Señor. ¿Sabemos darle un poco de descanso a nuestros problemas, preocupaciones? ¿A nuestras tristezas, amarguras? ¿Sabemos dejar guardados nuestros rencores, envidias, resentimientos? ¿O los atesoramos, los multiplicamos y los lucimos como si fueran joyas valiosas?

El descanso cristiano. 
Hay otro descanso que no practicamos y que es fundamental para nuestras buenas relaciones. Es el descanso que Jesús nos enseña en el Evangelio, dar descanso a los demás. Dar al prójimo la paz que requiere. El entregarse a los demás de corazón.

En la lectura, pudiendo Jesús marcharse, ocultarse, despedir a todos y quedarse a convivir con los suyos, a escuchar esas anécdotas tan agradables que han tenido estos hombres, no despide a la multitud que lo reclama, los atiende, les da consuelo, los escucha y les “enseña muchas cosas”. ¿Sabemos nosotros darle descanso a los demás? A nuestra madre que ha trabajado todo el día en casa y nunca le es suficiente el tiempo para tener el hogar impecable como ella quisiera, ¿o todo el día la agobiamos con nuestros problemas, discusiones, comentarios “esto no me gusta”, con nuestro comportamiento caprichoso, voluntarioso? ¿Sabemos darle el descanso que merece nuestra pareja o la ponemos de mal humor al llegar a casa alterados por lo que hemos vivido en el día? ¿Sabemos dar un poco de descanso a los hermanos, conviviendo tranquilamente con ellos, o todo el día lo pasamos fastidiándolos? ¿Sabemos dar descanso a nuestros allegados callando aquel comentario ofensivo, que pudiera sembrar dudas en su persona, o despertar resentimientos hacia alguien más?

Hoy que se habla tanto de la autoestima, del aprecio y cuidado que debemos poner en nuestra persona, hemos llegados a extremos egoístas de pensar solo en nuestro bien. Pero la caridad cristiana, con el ejemplo de Jesús, nos dice que siempre habrá alguien que necesite un poco más aquello que demandamos: paz, consuelo, compañía; a pesar de nuestros argumentos, crisis, fatigas, una buena manera de descansar es haciendo algo por los demás, y también, compartiendo lo que somos con los nuestros, crecer en la unidad a través de la apertura ¿cuánto tiempo hace que no nos decimos que nos queremos? Porque a pesar de nuestros problemas y diferencias, en el fondo sentimos cariño por quienes nos rodean.

Pidamos a Dios que nos enseñe a descansar, descansar verdaderamente, para lo cual no hay necesidad de hacer grandes gastos ni viajes, simplemente convivir, apreciarnos, ser más pacíficos y más hermanos, como Jesús hoy nos ha enseñado.

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